La palabra que te dí la celo aún,
mis emociones, hago renuevos,
la presencia que me pertenece
porque soy tu padre y lo real del ángel
que me fue encomendado,
aún la celo. La sufro
en el proceso de tu crecimiento.
Soy el ángel Gabriel de tu bautizo,
la mitad de tu signo,hormona del fuego
que alabó tu casa.
Yo te dí el nombre.
Con mis manos te acerqué a mi pecho,
te cambié los pañales.
En las noches se conmovieron
mis ojos examinadores por tu causa.
Investigaba si tendrías hambre, sed,
calor o frío, cólicos, dolor, ganas
de mimos, si orinaste,
si jiña llevas encima,
si soñaste algún miedo
de los días;
te enseñé a jugar
con mis narices y apretar mis dedos.
Te celé los primeros llantos
al lado de tu madre cuando te daba
el pecho, te dí los Gerbers,
te puse el bobo. Lavaba tus chupetes
y no dormía hasta verte en silencio
y plácida, gozosamente rendida
de mi amparo. Te besé tantas veces
diciéndote: ¡ay, bebé mío,
eres mi ángel!
Divertías, no sé, cómplicemente,
mi olor paterno, mi instinto
de sonrisa. Te hundí en lo menos profundo
del gemido, criatura natural, Gabrielita.
Te puse dentro de mí antes de transferirte
a mi orgullo y a la ternura aterrada
según fuíste creciendo porque pensé
que van a llenarte de otras cosas,
ajenas a las mías, te mudarán
donde no soy la autoridad perenne,
sólo el ángel que desaparece
y se distancia para que tengas albedrío
y recojas a tu gusto lo que deseas
del mundo y puede que, en medio
de utensilios y entes a la mano,
ya no cuente, ya no sea
la parte cimera y confiada
del antojo.
En fin, todavía celo
la palabra que te dí, me aminoro
cada vez que creces comun
danamente,apetecida, apeteciente, soluta
con entes extraños, intramundanos.
Te pierdo y da temor y duele.
De «Las zonas del carácter»* Poema a mi hija Gabrielita
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