En el breve cuadrado
del patio de oro
una leve hoja de loto
guarda el secreto inmóvil
de un tiempo sin centro
de otro jardín de belleza
sin otra simetría.
En silencio
a un lado, los monjes pasan
a lo largo de los siglos
lentos ascienden y pasan
(las esteras arriba son casi
las mismas).
Y esta es casi toda
la suave historia que puede contarse
de un grano de arena de Rionji.
Jens-(Alejandro Drewes)
Magnifico poema de respuesta, Alejandro.Abrazos. Daniel Montoly
JARDÍN ZEN DE KIOTO
Sólo un poco de grava inerte
quizás sirva para explicar
(al fin como metáfora vana)
que la dignidad del mundo consiste
en conservar para sí
cualquier inclemencia de ruina.
El monje
cortésmente inclinado
quizás también explique
con los dibujos del rastrillo
que no existe el ardor,
solamente el limpio espacio
que antecede a la ruina.
Alrededor del jardín
en movimiento nulo
de irrealidad o poesía
pernoctan
en un aire civil de turistas y curiosos
sílabas de sutras, pájaros
que estallan sus pechos
contra sonidos de gong.
Todo envuelto
en el halo de la historia
como en celofán tardío.
El lugar ha sido cercado:
breves muros y arboledas
contra el mundanal ruido
suspenden la certeza
en teatro de hielo.
La cabeza rapada del monje
conserva la naturaleza de la grava
y de un tiempo circular, levemente
azul: cráneo de papel
o libro muerto,
absorbe el sentido
que pueda venir de afuera.
En la disposición de las grandes piedras
(con esfuerzo> pueden ser vistas
como azarosos dados de dioses
en quietud proverbial)
tampoco hay ardor. Sólo un resto
de cálida confianza
que el sol deposita
en su parodia de retorno sin fin.
La muerte
(siempre de algún modo poderosa)
podría situarnos
abruptamente dentro
y nos daría, tal vez,
la ilusión del ardor.
Igual a un mimo, entonces
trataríamos de concertar
desde el cuerpo acabado
el ninguna parte donde hay ardor alguno
en el corazón secreto
que pudiera brindar el jardín
Pero hay algo
de helada costumbre
en el jardín
y en el ojo que observa.
Es posible que sea el vacío
(¿por fin el vacío?)
o la ciega intimidad
con que cada cosa responde
a su llamado de muerte.
Y esto desdibuja
con cierta pasión
en los trazos del rastrillos
junto a las pobres huellas del monje,
entre inadvertidas cenizas de cigarros
y otras insignificancias
que a fin de cuentas
en el seno del jardín
parece caídas del cielo.
ROLANDO SÁNCHÉZ MEJÍAS
(Holguín, Cuba, 1959)
www.danielmontoly. blogspot. com
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